Víctor L. Rodríguez
Los bienes comunes son
distintos a los bienes públicos, y estos últimos son diferentes a los bienes
privados y los tres son diferentes entre sí. Los bienes comunes son aquellos
cuya disposición individual para la explotación afecta al conjunto de las
personas o la sociedad, porque tienen vocación colectiva y no se pueden
apropiar indiscriminadamente de forma privada, sin reglas y sustentabilidad.
La disposición para la
explotación racional de los bienes comunes puede implicar que dada a unos tal
posibilidad de explotación ésta no exista para otros. Los bienes comunes son
divisibles y suministrárselo a uno no implica que exista una provisión igual
para que otros la exploten, una característica que no tienen los bienes
públicos. En los casos de los bienes comunes no se puede dar la exclusión,
elemento esencial para asignar un valor de mercado o para considerarlos como
bienes privados o bienes de mercado
Todas las personas
deben tener acceso a los bienes comunes. Aquellos que pueden obtener beneficios
de los bienes comunes deben realizarlo junto con los beneficios y disfrute de
los demás, sin prescindir de los otros.
No se puede disponer del agua de los ríos y de la naturaleza quitando el
acceso al agua a los demás, como sucedió en Bolivia, que se privatizó hasta el
agua de lluvia. Tampoco se pueden explotar nuestras playas para uso y disfrute exclusivo
de los turistas excluyendo a los dominicanos de un bien común como este. Nadie
puede explotar los bosques eliminando los beneficios que estos ofrecen a todos
los individuos y la posibilidad de disfrute de estos. Los principios que rigen
la explotación de los bienes comunes se fundamentan en la reciprocidad que
conlleva “tomar sin quitar” y “dar sin perder”.
Explotar los bosques no
debe implicar que nos dejen sin árboles y la tierra arrasada para obtener
ganancias a corto plazo, disponer del agua de la naturaleza para tener
beneficios privados no puede realizarse dejando a los demás sin aguas como elemento
vital, en el presente y el futuro. Los
beneficios de los empresarios de los hoteles no pueden obtenerse sobre la base
de dejar a los dominicanos sin playas, confinados a unas piscinas insalubres en
las vías públicas los días de semana santa.
Tampoco se puede
disponer de los materiales de los lechos de los ríos provocando su extinción ni
usar los ríos como vertederos cloacales o para cualquier otro tipo de
disposición y así alguien tenga beneficios. No se pueden tirar todas las
disposiciones de la ciudad a las costas contaminado el mar porque es más fácil,
en vez de construir planta de tratamiento para las disposiciones sanitarias.,
Garrett Hardin, en el
1968, planteó lo que llamó la “tragedia de los bienes comunes”. Este sostiene
que los bienes comunes, por ejemplo los bosques, terminan destruidos por el
interés particular de obtener beneficios a corto plazo El individuo o los grupos
de individuos en principio sólo tienen como finalidad la obtención de
ganancias, aunque su actuación pueda ser racional en función de sus intereses
terminan destruyendo los bosques o desapareciendo ese bien común sin dejar
nada.
Hardin habla de la
degradación del ambiente cuando muchos individuos explotan un recurso
común Las hambrunas que pueden
ocurrir con la degradación de las tierras cultivables sólo porque en el
presente alguien obtiene grandes beneficios y desde ese punto de vista
inmediato para él resulta racional ganarse un dinero sin importar los demás y
el futuro, como se hace tomando tierras
cultivables para urbanizaciones.
Los individuos en la obtención de sus beneficios
individuales tienden a estar más motivados para la consecución de sus objetivos
que el conjunto de la sociedad para actuar y evitar los daños causados, porque
los beneficios obtenidos por cada individuos en el conjunto es menos que los
obtenidos por quienes explotan un bien común para sí, pero al final el conjunto
social será afectado con la desaparición o destrucción de los bienes comunes.
Los individuos no actúan para lograr intereses comunes, sino para lograr sus
intereses individuales, lo que dificultad la acción colectiva, según decía
Mancur Olson, en su trabajo sobre: “La Lógica de la Acción Colectiva”.
Elinor Ostrom ganó el premio Nobel de economía de
2009, por sus trabajos sobre el gobierno de los bienes comunes como los bosques
y los recursos hidrológicos. Sus escritos tratan sobre los principios y las
instituciones necesarias para la gestión de los bienes comunes. Ostrom
establece que las prescripciones para la protección y explotación de los bienes
comunes no deben fundamentarse en metáforas o en la defensa de instituciones
idealizadas excesivamente simplificadas, haciendo referencia a una
institucionalidad sin instituciones. Un sistema de leyes y reglamentos
complejos no sirven de nada si no hay quien lo haga cumplir y si no existe la
posibilidad de poner un inspector o agente donde se necesite.
La premio Nobel no toma como dogmas cuasi
teológicos las bondades de la gestión centralizada o de la gestión
privada. Una regulación centralizada,
según Ostrom, dice poco de cómo debe estar constituido el órgano de control,
los límites de su autoridad y como obtendría la información. También la
centralización nada dice sobre la selección de sus agentes y su supervisión. En
el caso que se resuelva por los derechos propiedad o la gestión privada poco se
dice sobre la definición de tales derechos, cómo se medirán los atributos de
los bienes comunes y quiénes pagarán los costos de impedir el acceso a los no
propietarios y cómo se resolverían los conflictos.
Los dominicanos no sabemos bajo que reglas se nos
excluye de las playas y los beneficios que conlleva tal exclusión para aquellos
que las usufructúan, ni los costos de las obras de infraestructuras útiles a
los fines del turismo y quiénes las pagan cuando estas se proveen a través del
gasto público y los beneficios derivados de las exoneraciones o exenciones de
impuestos y los montos de impuestos dejados de pagar por ese sector. Tampoco
sabemos los límites de la autoridad del Ministerio de Medio Ambiente y como
este decide que hacer o no hacer con los bosques y con el agua de las montañas.
Si no hay una preocupación colectiva, del conjunto de la sociedad por los
bienes comunes, no la esperemos de aquellos que hoy se benefician.
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