Víctor L. Rodriguez
El despido o desvincular laboralmente
a las personas de las instituciones públicas no es un método Administrativo ni
un objetivo gerencial per se, pocos resultados se obtuvieron en la práctica con las
teorías de la reestructuración empresarial que racionalizó y justificó el
despido de miles de decenas de empleados de las empresas y las instituciones
públicas.
En el 1996, a solo tres años del
inicio de la ola de la reingeniería o reestructuración y de la publicación del
libro «Reeingineering the Corporation: A Manifesto for Business Revolution»,
Michael Hammer, uno de sus autores, y cofundador del movimiento junto con James
Champy, reconoció los defectos de la reingeniería, y Joseph B. White, del Wall Street Journal, escribió un
artículo con el título: « ¿Se
le habrá ido la mano?».
El artículo de Joseph B. White destacaba
la intervención de un directivo de empresas en un evento donde se trataba el
tema de la reingeniería. Este directivo, frente a Michael Hammer, dijo que si
bien en sus empresas habían actuado con respecto a los procesos a diferencia de
muchas otras empresas no despedían empleados, y que de hecho tenían un 3% más
que los dos años anteriores y su facturación se había disparado un 18%. La
repuesta de Michael Hammer a la intervención del gerente de empresas fue: « ¿Qué puedo decir?».
Hammer reconoció que había un
defecto en la reestructuración: olvidaron el factor humano. Dijo: “No fui lo
suficientemente inteligente con eso”. Y continuó: “Reflejaba mis antecedentes de
reingeniería y no prestaba atención suficiente a la dimensión humana. He
aprendido que es un factor vital”.
Muchas empresas habían aprendido
la lección en la desilusión y las reacciones violentas en contra de los despidos.
También en el exceso de trabajo y la agitación permanente que provocaba la
reingeniería. Las empresas aprendieron que la simple reducción de personal sin
revisar los métodos de trabajos no genera resultados. Se dieron cuenta que
cambiar los métodos de trabajos es mucho más que una restructuración y análisis
de los procesos para su simplificación.
Esta es una buena lección para la
Administración Tributaria. Cambiar los métodos de trabajos es muchos más que
despedir personas por corruptas y junto a estas despedir las que no nos gustan
para colocar nuestros amigos obviando las razones de competencia y honradez.
Únicamente considerando la confianza
personal, como si se fuera a permanecer la vida entera aplicando los tributos
con un núcleo humano de relaciones primarias. En estos casos para gestionar los
tributos sólo es necesario un buen grupo de amigos a los que se les tenga
confianza sin hablar del tema de la capacidad.
Cuando se quieren recursos para
financiar el gasto público es inútil sólo hablar de los procesos y de
simplificaciones que redundan en la eficiencia, además de eficiente hay que ser
efectivo. Lo importante en una Administración Tributaria desde el punto de
vista de los resultados son las recaudaciones, pero estas como único elemento
para evaluar la gestión de los tributos es tosco. Una Administración Tributaria
mala puede recaudar mucho violando las leyes y con el abuso.
En el corto plazo se puede recaudar
mucho con un alto costo, no sólo por las amnistías fiscales, sino por violaciones
del principio de indisponibilidad de las obligaciones tributarias. Cuando el
gestor de los tributos a su libre arbitrio, como si fuera una obligación
privada de la que puede disponer, deja
de exigir el cabal cumplimiento de las obligaciones tributarias a cambio de montos que le permitan alcanzar las metas inmediatas
de los ingresos presupuestados. En estos casos no son necesarios los recursos
humanos competentes y pierde sentido buscar un personal idóneo.
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