Víctor L. Rodríguez
Después
que se apagó el tema del Pacto Fiscal la cuestión de los impuestos surge de
nuevo y de forma inédita y extraña a otros países. Los dominicanos con respecto
a los impuestos tenemos particularidades que causarían asombro en una sociedad
distinta a la nuestra.
Cualquier
director de un órgano de la Administración tributaria en este país es una
celebridad que contrasta con la ignorancia común de los ciudadanos de
países desarrollados sobre quién es el encargado en termino generales del cobro
de los impuestos.
Como
los impuestos son un asunto de política económica, y particularmente de la
política fiscal, a quien se suele ver y escuchar en esos países es al Ministro
de Hacienda y escasamente se habla de quien cobra los impuestos. Pero aquí
pocos ministros de hacienda, antes o en el presente, se dan cuenta de que los
impuestos es su tema.
La
gestión de un ministro de hacienda lleno de buenos y mejores atributos
personales se afianza considerando los elementos de cada tributo y sus
efectos en el proceso económico y la distribución social, espacial y sectorial
de la carga tributaria.
Tal
ignorancia permite que cualquier función relativa a la formulación de las
políticas tributarias la ejerzan quienes desconocen que es un tributo como
institución jurídica, sus funciones económicas y sus técnicas de formulación
sólo pueden con destreza valerse de la vanidad como debilidad humana para
destacar las bondades condignas del ministro de turno para así mantenerse en
sus puestos de manera ad vitam aeternam sin proponer una estructura tributaria
alternativa, lo que puede dejar muchos réditos personales, pero ayuda poco a
mejorar el sistema tributario y deja al margen de las discusiones al
Ministerio de Hacienda, abandonando espacios que son ocupados por quienes
en diferentes esferas toman los tributos como tema.
La
gestión de un ministro de hacienda lleno de buenos y mejores atributos
personales se afianza considerando los elementos de cada tributo y sus
efectos en el proceso económico y la distribución social, espacial y sectorial
de la carga tributaria. Todo interactuando con quienes trabajan desde el
ministerio en el análisis económicos suministrando los insumos para sustentar
las propuestas de política fiscal en su parte tributaria y la Administración
tributaria para establecer las posibilidades administrativas de una formulación
tributaria.
Algo
extraño es que algunas personas en este país hablen de los recaudadores de
impuestos con cierta devoción y cariño, pues desde antaño en los países de
lenguas romances, con sus leyes y costumbres con raíces en el imperio romano,
si alguien recauda los impuestos se le odia, o por lo menos no se le quiere,
porque en los pueblos de cultura institucional de origen Lacio cobrar impuestos
es siempre una función execrable.
Distinto
a los latinos son los anglosajones. Estos cumplen sus obligaciones tributarias,
pero desde los negocios rechazan los impuestos con doctrinas sobre tasas bajas
para los ricos porque estos producen riquezas, lo que parte de hipótesis que
niegan la posibilidad de que el trabajo haga lo mismo o agregue valor a
los bienes que hoy se venden como creía el escocés Adam Smith.
De
acuerdo las últimas ideas el trabajo sólo agrega valor económico y social
cuando es la labor pionera, solitaria e innovadora de un emprendedor que se
hace a sí mismo sin ayuda de nadie y crea un capital que es la única riqueza
hoy reconocida, sin ideas colectivistas y las emociones de los latinos que
tienen como única dogmática que es bueno y necesario el impuesto que paga el
otro.
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